Marabouts de corazón rojo

Pongamos hoy nuestros ojos en tres figuras que muestran que el Espíritu Santo sopla e inspira donde quiere y en quien quiere.
Artículo publicado en el Boletín Ecuménico de la Comunidad Horeb Carlos de Foucauld nº 74


El hermanito Inacio Jose do Vale, de los Irmâozinhos da Visitaçâo – Beato Charles de Foucauld (Brasil) nos recuerda estos días que el renombrado teólogo dominico francés y Cardenal Yvés Congar gustaba de repetir una y otra vez que el Espíritu Santo había dado dos grandes místicos para nuestro tiempo, en una etapa tan oscura de la humanidad, y que estos son Santa Teresita del Niño Jesús y el Hermanito Carlos de Foucauld. Dos grandes místicos actuales para la Iglesia de hoy a los cuales hay que sumar un tercero que vivió y descubrió como ellos el “Misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret”, perfume de familia que tanto gustaba a San Francisco de Asís, quien los precedió siglos antes y con quien junto a Santa Teresita de Niño Jesús y del Hermanito Charles de Foucauld bebemos las familias cristianas para renovar nuestra esperanza y alegría tal y como nos dice el Papa Francisco en la encíclica “Amoris laetitia” (65). 

Normalmente todos los fundadores han tenido una corte inmediata de seguidores, seglares y religiosos que han seguido de inmediato sus pasos en tropel y difundido por doquier su mensaje y su concepto de Iglesia; sin embargo el Hermanito Carlos de Foucauld nos abre a un nuevo estilo de fundación: la “no-fundación”, de hecho morirá sin haber conocido ninguna fraternidad al estilo que él deseaba ni bajo las reglas por él escritas, como si Dios en nuestro pequeño hermano quisiera lanzarnos a todos un mensaje “seguid el Evangelio” y “guardad todas estas cosas en silencio en vuestro corazón”. 
 
Pongamos hoy nuestros ojos en tres figuras que avalan este hecho y que nos muestran que el Espíritu Santo sopla e inspira una misma acción donde quiere y en quien quiere: P. Charles-André Poissonnier, P. Charles Enrion y P. Albert Peyriguère, tres hombres nacidos a finales del siglo XIX, que viven en el siglo XX la espiritualidad del hermanito Carlos de Foucauld y que proyectan su sombra sobre cuantos deseamos vivir en este mismo espíritu en las periferias dentro del siglo XXI. 

Un corazón rojo sobre el hábito, una vida de silencio sonoro, contemplación en medio de quienes les rodean, adoración eucarística y hacer aquello que hubiese hecho Jesús de Nazaret, no escaparse del mundo sino santificar el mundo como levadura en la masa es el lema central de estos hermanos sobre quienes hoy ponemos nuestros ojos.

Decía Fray Charles-André Poissonier, sacerdote franciscano instalado entre los bereberes marroquís, tras la lectura de René Bazin sobre la meditación de la vida de Jesús “si él (Foucauld) hubiese venido y fundado una Orden, en ella hubiese ingresado”, tomando el nombre de Carlos en su profesión religiosa como homenaje a Foucauld. El fraile que repartirá hasta 3.000 panes en un solo día a sus hermanos bereberes, atendiendo a cuantos enferman de tifus y mueren de hambre sin alejarse por un solo segundo de ellos, sin cesar de orar en cuerpo y en actitud desde que comienza el día hasta que acaba, concluirá su joven vida diciendo “entregar la vida por amor a Jesús en los hermanos es el mayor regalo deseado”.

P. Charles Henrion tras sufrir el cautiverio con los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, descubre su vocación eremítica, de quien dirá Jacques Maritain que Henrion se ha reencontrado con Paul Claudel y he tenido una visión desconcertante pues “entró un corazón, un corazón rojo coronado por una cruz roja en medio de una forma blanca, se deslizó, doblado, habló y me dio la mano… Me ha hipnotizado esa vestidura, era como si Charles tuviese su cabeza sobre su pecho como los mártires, haciéndome pensar en la esencia del hombre y en lo que soy.” Fundará un eremitorio femenino en Túnez que será expulsado a Francia y ubicado en Villecroze (Francia) y a Petits Freres de l‟Eucharistie, en ambos casos siguiendo los escritos espirituales de Carlos de Foucauld. Sus últimas palabras fueron “hasta aquí todo ha sido cosa de Dios; no cambiéis nada para que así siga siendo”. 

Por último nos queda el Padre Albert Peyriguère, consagró su vida siguiendo la huella del Hermano Carlos de Foucauld a las gentes más pobres del Atlas marroquí mediante una incansable caridad. Herido en la Batalla de Verdún durante la Primera Guerra Mundial y conocedor de la vida mística por su tesis sobre San Bernardo quiso fundar en Tunez una fraternidad de hermanitos bajo la regla de Carlos de Foucauld pero la enfermedad se lo impidió, debiendo trasladarse de Ghardaia (Argelia; antes había estado en Hammamet, Tunez) a El Khab – Kenifra en donde iniciará una aventura extraordinaria y en la que la que la misericordia de Dios se hará presente a través de la atención sanitaria a miles de bereberes, adultos y niños, en el dispensario que abre con la única ayuda de la Divina Providencia y sin más recursos que la sonrisa, la amabilidad, el respeto a las costumbres… Todos cuantos llegan a la fraternidad son recibidos por P. Peyriguère al estilo de Foucauld “cuando alguien atraviesa nuestro techo es un tesoro el que ha llegado, es el tesoro de los tesoros, es el mismo Jesús”. 

El Padre Peyriguère en una canción berebere es comparado a un árbol bajo cuya sombra se refugian los pobres. Dios se hizo misericordia para los bereberes en él. Unas pinceladas que nos devuelven a la realidad de cuantos sobre nuestro pecho trazamos un sagrado corazón de Jesús rojo, que nos invitan a mirar una vez más a nuestros orígenes: Jesús y a la visión del Beato Carlos de Foucauld para una nueva iglesia “que se arriesgue a amar hasta el final”, como nos recuerda nuestro Obispo Jacques Gaillot.