Charles de Foucauld y el “misterio de Nazaret”

Artículo publicado el día 1 de diciembre de 2016 en http://www.diocesismalaga.es.                  



En el día del beato Carlos de Foucauld, a cien años de su muerte, recuperamos la vida del «pequeño hermano universal» desde su nacimiento hasta la conversión, desde la experiencia en la Trapa hasta los tuareg del desierto. Hablan Fraccaro y Sequeri.


CRISTINA UGOCIONI/ MILÁN/ VATICAN INSIDER

El jueves primero de diciembre se cumple el primer centenario de la muerte del beato Charles de Foucauld, figura fundamental de la espiritualidad cristiana reciente, un hombre que —dijo Papa Francisco— «tal vez como pocos otros intuyó el alcance de la espiritualidad que emana de Nazaret»; un hombre cuyo carisma —observó el teólogo Pierangelo Sequeri– «fue donado y destinado, anticipadamente, para este tiempo de la Iglesia».

El oficial, el explorador

Charles de Foucauld nació en Estrasburgo, Francia, el 15 de septiembre de 1858. Durante la adolescencia sufrió la influencia del escepticismo religioso y del positivismo científico que caracterizaban su época; escribió, refiriéndose a esa época: «desde la edad de 15 o 16 años toda la fe había desaparecido en mí». Entró a la escuela militar y se convirtió en oficial. Due enviado con su regimiento a Argelia. En 1882 abandonó el ejército y emprendió un viaje de exploración que lo condujo primero a Marruecos y después al desierto argelino y tunecino.

«¡Dios mío, haz que yo Te conozca!»

Volvió al seno familiar parisino, en 1886, con la intención de preparar un texto sobre sus descubrimientos: fue un tiempo decisivo para su conversión. Escribió: «He iniciado a ir a la iglesia, sin ser creyente, pasaba largas horas repitiendo una extraña oración: “¡Dios mío, si existes, haz que yo Te conozca!”». Su conversión, acompañada por el abad Henry Huvelin, fue en octubre de ese mismo año: «Apenas creí que había un Dios, comprendí que no podía más que vivir para Él»

Jesús, obrero de Nazaret

Hizo inmediatamente un largo peregrinaje a la Tierra Santa, durante el que anotó: «Deseo conducir la vida que he entrevisto y percibido al caminar pos las calles de Nazaret, en donde Nuestro Señor, pobre artesano perdido en la humildad y en la oscuridad, apoyó los pies». Dirigiéndose a Jesús, escribió: «¡Cuán fértil en ejemplos y lecciones es esta vida de Nazaret! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Qué bueno fuste al habernos dado esta instrucción durante 30 años!».

Al volver a su patria entró a la Trapa Notre-Dame des Neiges y después due enviado a la Trama de Akbés, en Siria. Pero se dio cuenta de que en la Trama no es posible «conducir la vida de pobreza, de abyección, de desapego efectivo, de humildad, diría incluso de recogimiento de Nuestro Señor en Nazaret». Un episodio significativo que vivió en ese tiempo: «Una semana me mandaron a rezar un poco al lado de un pobre obrero del lugar, católico, que murió en la fracción de al lado: ¡qué diferencia entre esta casa y nuestras habitaciones! Yo anhelo Nazaret».

La misma vida de Nuestro Señor

Al darse cuenta de que «ninguna congregación de la Iglesia da la posibilidad de conducir hoy y co Él esta vida que Él condujo de esta manera», se preguntaba si «no era hora de buscar a algunas almas con las cuales […] formar un inicio de pequeña Congregación de este tipo: el objetivo sería el de conducir cuanto lo más exactamente posible la misma vida de Nuestro Señor, viviendo únicamente del trabajo de las manos, sin aceptar ningún don espontáneo ni oblación, y siguiendo al pie de la letra todos sus consejos, sin poseer nada, privándonos de lo más posible, antes que nada para conformarnos a Nuestro Señor y después para darle lo más posible en la persona de los pobres. Añadir a este trabajo muchas oraciones».

Nazaret es la vida de Jesús, no simplemente su prefacio

Surgió algo conscientemente inédito en la geografía religiosa, observó Sequeri en el volumen «Charles de Foucauld. El Evangelio viene de Nazaret» (Vita e Pensiero): «La novedad de la intuición se da, en primer lugar, por la neta referencia cristológica de la imitación/secuela de Nuestro Señor Jesús: “la misma vida de Nuestro Señor” Jesús, es decir “la existencia humilde y oscura de Dios, obrero de Nazaret”». En otras palabras: «Nazaret no es el “prólogo” de la vida pública, el simple momento “preparatorio” de la misión, ni la forma de una “pre-evangelización” que ofrece un genérico compartir y un anónimo testimonio […] Nazaret es la vida de Jesús, no simplemente su prefacio. Es la misión redentora en acto, no su mera condición histórica. Nazaret es el trabajo, la cercanía, la proximidad doméstica del Hijo que se nutre durante largos años de lo que le importa al “abba-Dios” (“¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”, Lc. 2, 49). ¿De dónde podría partir una nueva evangelización sin detenerse por todo el tiempo necesario en el fundamento en el que Dios la puso para el Hijo mismo?».

La lectura de los Evangelios

En 1897, el hermano Charles deja la Trapa y se muda a Nazaret, en donde vivió durante 3 años, en una casita en el monasterio de las clarissa. Marcaban sus días el trabajo, la adoración silenciosa de la Eucaristía y la lectura de los Evangelios. «De Foucauld desea vivir imitando a Jesús, “obrero de Nazaret”: y para hacerlo decide encomendarse a los Evangelios, que lee cotidianamente y sobre los que medita por escrito», cuenta Antonella Fraccaro, religiosa de las Discípulas del Evangelio (Instituto religioso que forma parte de la Asociación de Familias Espirituales Charles de Foucauld) y autora del volumen «Charles de Foucauld y los Evangelios». «Sus meditaciones —algunos miles de páginas— tienen un corte intimista y auto referencial; sacan a la luz sobre todo el vínculo intenso y afectuoso que Foucauld vive con el Señor. En el centro de las meditaciones no está su autor, sino la persona de Jesús y Su estilo, que debe ser asimilado día a día con Su gracia. Los motivos que inspiran la lectura de los Evangelios se expresan en un breve texto, muy significativo, escrito en una pequeño papel utilizado como separador. Anotó el hermano Charles dirigiéndose a Jesús: “Leo: 1o) para darte una prueba de amor, para imitarte, para obedecerte; 2o) para aprender a amarte mejor, para aprender a imitarte mejor, para aprender a obedecerte mejor; 3o) para poder hacer que los otros te amen, para poder hacer que los demás te imiten, para poder hacer que los demás te obedezcan”».

Con el pueblo del desierto

Durante el tiempo que pasó en Nazaret maduró en su interior la vocación al sacerdocio: fue ordenado en 1901 en Francia, y al año siguiente se estableció en Beni Abbès, en la parte argelina del Sahara, «entre las ovejas más perdidas, entre las más abandonadas». En esos días escribió: «De las 4.30 de la mañana a las 20.30 de la noche, no dejo de hablar, de ver gente: esclavos, pobres, enfermos, soldados, viajeros, curiosos […] Quiero que se acostumbren todos los habitantes de la tierra a considerarme un hermano, el hermano universal». En 1905 decidió dirigirse hacia el sur, entre los Tuareg, a Tamanrasset, en donde no hay «ni guarniciones, ni telégrafos, ni europeos».

La belleza doméstica de la radicación evangélica

La Nazaret que Charles anhelaba no estaba en la Trapa sino en el desierto. Sequieri comenta al respecto: «El punto no es tanto el de la dureza de la ascesis sino el de una imitación “real” de Nazaret: que tiene que encontrar las condiciones del propio rigor en la normalidad del contexto en el que las condiciones ya están dadas y no son artificialmente buscadas o reconstruidas religiosamente. En esas condiciones, efectivamente, el “pequeño hermano universal” se radica como su “bien amado hermano Jesús”, porque los hombres y las mujeres ya se han radicado: porque son la vida cotidiana, el horizonte de su mirada sobre el mundo». El rigor de esta “inhabitación” incluye «un principio de simplificación y un criterio de afinidad que liberan la singular belleza doméstica de la radicación evangélica».

Hermano y familiar de los Tuareg

Charles fue pródigamente generoso con sus Tuareg. «Quiso vencer las desconfianzas, conquistar su confianza, fraternizar, volverse un familiar; quiso hacer que conocieran la bondad de Jesús», dice Fraccaro. «Su tiempo estaba dividido entre la oración, las relaciones con los indígenas, a los que ayudaba y apoyaba de diferentes maneras, y los estudios de la lengua tuareg: redactó incluso un diccionario tuareg-francés. En las cartas a sus amigos lejanos les pedía que rezaran por estas almas abandonadas, y también por él: “Récenle para que yo haga lo que quiere de mí para ellos, porque yo soy el único, desgraciadamente, que me ocupo de ellos por Su parte y para Él».

La presencia eucarística

Los gestos de atención, la tenaz dedicación a los hombres y a las mujeres del desierto, conviven con una total relación/conversación con el Señor presente en la Eucaristía. Foucauld lo llevó entre quienes no lo conocían porque también ellos son “suyos”. Es una presencia, una bendición que todos perciben, todos sienten la oración y las palabras que la habitan, todos intuyen el vínculo especial al que da vida. La presencia eucarística del Señor condensa en sí la palabra y el gesto cristiano menos “anónimos” que existan (Sequeri).

Si el grano de trigo no muere

Charles de Foucauld murió el primero de diciembre de 1916, en Tamanrasset. Lo golpeó una bala durante una escaramuza provocada por las tropas rebeldes del Sahara. Él, que desde 1893 hasta el final de su vida se aplicó a la redacción de «Reglas» para estar agregaciones que tanto había deseado, murió solo. En las décadas siguientes, nacieron muchas familias de religiosos, religiosas, sacerdotes y laicos que se inspiran en él: en la actualidad son veinte y tienen presencia en todo el mundo. Reunidas en la Asociación de Familias Espirituales Charles de Foucauld, incluyen a alrededor de 13 mil personas. «En su diversidad —concluye Fraccaro– estas familias tienen rasgos comunes: la radicación en los contextos de la existencia ordinaria, la vida en pequeñas comunidades unidas por un espíritu fraterno, la meditación de la Palabra de Dios, la dedicación a las almas que más sufren y más abandonadas. El grano de trigo, muriendo, ha dado fruto, justamente como De Foucauld –tan vinculado a este versículo del Evangelio de Juan (12, 24)— esperaba que sucediera».

Charles de Foucauld, profeta de la fraternidad universal


Artículo publicado el 14 de Diciembre de 2016 por María Teresa Rearte en www.ellitorial.com (Argentina).             

El 1º de diciembre se cumplieron cien años de la muerte de Charles de Foucauld (1858-1916), el hermano Carlos de Jesús, cuyo testimonio en tiempos de indigencia espiritual, tanto como de intemperie en medio de la problemática y aún conflictiva relación con el Islam, adquiere particular relevancia y significación para los cristianos.

Profeta de la fraternidad universal, “Charles de Foucauld representa para la historia de la Iglesia un punto del que no se puede volver: su profecía cayó en el desierto del Sahara como el evangélico grano de trigo, el 1º de diciembre de 1916”, dice el Hno. Michael David Semeraro, monje benedictino y maestro de espiritualidad. Quien también explica que el martirio del Hno. Carlos de Jesús muestra la “disponibilidad de dar la vida hasta el fondo”. Es un hecho que no se puede interpretar en “clave político-cultural”, ni ser usado para ningún tipo de campaña. Sino que “abrió nuevos senderos y nuevos caminos mucho antes de que el Concilio Vaticano II cobrara conciencia” (Cfr. Declaración conciliar “Nostra aetate”, Nº 3). El beato Charles de Foucauld vivió la total adhesión al evangelio, porque él se expuso unilateralmente, sin esperar gestos de reciprocidad, en su fraterna relación con los musulmanes.

Los estudiosos han visto que se perfilan en él referencias a Benito de Nursia, las que pudieron ser adquiridas en el tiempo en que vivió como trapista. Y atesoró los valores de la vida contemplativa de atención a Dios y servicio a los hermanos. De Francisco de Asís aprendió la constante vuelta al evangelio. Y a la vez, el aprecio por la condición de minoridad, que le permitió salir de sí e ir hacia el otro como hermano.

De familia de nobles que, a la muerte de sus padres cuando tenía seis años, fue recogido por su abuelo materno, cuya fortuna heredó y dilapidó en la vida mundana y licenciosa, el vizconde Charles de Foucauld descubrió, en su encuentro con el Islam, el aprecio por la interioridad y el llamado a la trascendencia, que lo ayudaron en su retorno a su fe bautismal. En la profundidad del desierto argelino, el hermano Carlos de Jesús leía el evangelio y adoraba la presencia de Cristo en la Eucaristía, no para contraponer su identidad a la de su entorno; sino para cultivar una fraternidad más abierta. Unido al pueblo tuareg, en vano esperaba la llegada de algunos discípulos. Se veía envejecer solo, como un árbol sin frutos. No obstante, una certidumbre se acrecentaba en su interior: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Así comprendió que para salvar con Jesús, como Él hay que pasar por el fracaso y aún la muerte. Lo cual evidencia el error de los triunfalismos de algunos cristianos. Y el sentido de la esperanza de otros, en medio de aparentes derrotas.

En Nazaret, el 6 de junio de 1897, había escrito: “Pienso que debes morir mártir, despojado de todo, echado por el suelo, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violenta y dolorosamente asesinado”. Al anochecer del 1º de diciembre de 1916, un grupo de tuaregs rebeldes llega a Tamanrasset. Todo se desarrolla rápidamente. La ermita es saqueada, el guardia que debe custodiarlo en un momento de pánico se descontrola, tira sobre el rehén y lo mata. En su Testamento, que data de 1911, se puede leer: “Deseo ser sepultado en el mismo lugar donde moriré. Allí descansaré hasta la resurrección”. Y hay un agregado, en 1913, que dice: “Sin adornos, en una tumba sencilla. Sin monumentos, con una cruz de madera”.

En 1929, el escritor René Bazin publicó la primera biografía de Carlos de Foucauld, que lo hizo conocer y empezaron a llegar los discípulos. El hermano Carlos de Jesús murió solo. No obstante, inspiradas en él nacieron las familias de sacerdotes, religiosas y religiosos, institutos seculares y laicos, que en la actualidad suman veinte, y tienen presencia en todo el mundo. De él, ha hecho notar el teólogo Pierangelo Sequeri, que “fue donado y destinado anticipadamente para este tiempo de la Iglesia”.

Promovamos la reconciliación y la humildad en nuestros corazones


Artículo sobre la celebración de Centenario en Nicaragua publicado por Pedro Ortega Ramírez en www.el19digital.com.   

Durante la celebración de la misa vespertina en la catedral de Managua para conmemorar los 100 años del martirio del santo católico Carlos De Foucauld, Su Eminencia Cardenal Leopoldo Brenes, llamó a los nicaragüenses en esta época navideña, a convertir sus corazones en Jesucristo y a promover la reconciliación como una forma de vida.

Precisamente el alto prelado nicaragüense habló del tema de la conversión, ejemplificando la vida del santo Carlos De Foucauld, que en 1886 tuvo una profunda experiencia de cuando convirtió su vida para amar a Jesucristo, después de vivir una adolescencia y juventud muy dura.

“Estaba leyendo sobre Carlos De Foucauld y vemos toda una vida que bien podríamos en algún caso decir, de un abandono de Dios, él en algún momento lo pensó así, teniendo seis años y su hermano como 3 años quedaron huérfanos de padre y madre y comenzaron a vivir con los abuelos, a crecer en la vida de fe, pero el joven Carlos ya a los 13 años, prácticamente, como decimos los nicaragüenses, se tiró por la calle de en medio, se fue olvidando de Dios, de las Gracia, pero aunque uno se olvide, Dios no se olvida de nosotros”, señaló Brenes al detallar parte de la vida de este santo de la iglesia católica.

Reseñó que Carlos hacía su vida alejada de Dios, pero el Señor nunca lo abandonó. “Le digo con toda sinceridad que me ha impresionado ese pensamiento y ese deseo que Carlos tenia y hace la petición: ‘Si existe que yo te conozca’”.

A partir de esa petición, Dios no se hace de rogar y se muestra a De Foucauld, y le invita a cambiar de vida y partir de ahí, surge la conversión.

Igual, el Cardenal Brenes habló de Juan el Bautista, quien tuvo la misión especial de preparar el camino del Señor para que entre en la vida de hombres y mujeres.

“El Señor lo estaba llamando para ser un misionero, para llevar a aquellos hermanos inquietos quizás, o no inquietos, para conocer al Dios de amor y de misericordia y es lo que nos presenta Juan El Bautista, nos invita a buscar al Señor, a hacer esos propósitos buenos”, instó el líder religioso a los cristianos que llegaron a la eucaristía vespertina.

Fue aquí que Su Eminencia Brenes, instó a las familias a dejar atrás las rencillas, las desavenencias, el odio y convertirse como lo hizo Carlos De Foucauld, a servir a Dios, a reconciliarse y amar.

“Hay que nivelar nuestras vidas y nivelarla a una conversión, a nivel de un cambio sincero de vida, a un cambio sincero de nuestras actitudes. Juan El Bautista invita a un cambio total de corazón, a una conversión total, a un cambio radical en nuestras vidas”, instó el Cardenal Brenes.

La feligresía asistente a la misa, destacó las palabras de Su Eminencia, señalando que es tiempo que esos corazones duros, se conviertan para hacer el bien y sobre todo perdonar.

“En este tiempo de navidad, es tiempo de perdón, ahora que viene el niño Jesús que entre en nuestros corazones y que estemos en paz, que estemos en reconciliación con Dios, porque estando reconciliado estamos bien con nuestros vecinos, nuestros amigos”, dijo Martha Elena Ocón, del barrio Ayapal.

Para Jorge Marín, el mensaje del Cardenal Brenes es atinado en estos momentos de Navidad, sobre todo porque la Iglesia es la principal promotora de la paz y de la reconciliación y del dialogo.

“Nuestro hermano Carlos De Foucauld nos dijo que hay que ver en cada ser humano a Cristo, que nace se reproduce y se multiplica, nos sirve para amar, para acoger, en estos tiempos Nicaragua necesita eso; pedirse perdón, escucharse y sanar las heridas, comenzar un cambio nuevo, y esta navidad es para eso, nace un camino nuevo”, señaló Marín, miembro de la Fraternidad Carlos De Foucauld.

Foucauld es la imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia

Artículo publicado por Cameron Doody el 1 de diciembre de 2016 en http://www.periodistadigital.com.              

Pablo D'Ors: 
"Foucauld es la imagen en la que pueden reconocerse
todos los fracasados de la historia"
Bajarse en la vida, no subir. No buscar la fama ni dejarse agobiar por la lucha incesante del mundo por el éxito, porque -como nos enseñó Jesús- "la verdad está abajo"


De entre todos los santos y beatos que tiene la Iglesia, no hay ninguno que mejor encarnó el fracaso que Charles de Foucauld. Precisamente por eso -porque es más fácil identificarse con un fracasado que con una persona de éxito- los Amigos del Desierto quisieron rendirle al beato un emotivo homenaje la noche de este miércoles, en vísperas del 100 aniversario de su muerte.

Soldado, patriota, explorador, criado, monje. Foucauld probó su suerte en varias profesiones a lo largo de su vida pero no triunfó en ninguna. Pero como recordó el sacerdote Pablo D'Ors anoche en la iglesia de los carmelitas descalzos en la madrileña Plaza de España, por todo ello "Foucauld es la imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia". Cuando no vemos cumplidos nuestros sueños, nos encontramos con él, en el desierto, en estos momentos tan áridos que todos hemos experimentado. Y para sobrevivir, o volver a florecer, en territorio tan aparentemente hostil, él nos propone un camino: el de callarnos para redescubrir a la voz de nuestra conciencia. El de convertirnos en lo que siempre estábamos llamados a ser.

Cantos, evangelio, homilía, meditación. Resumido en palabras, la celebración de anoche no parece tener nada, quizás, que lo distingue de cualquier otra liturgia. Incluso con el "rito de lavatorio de pies", tan propio del ceremonial ritualizado del Jueves Santo, que se mencionaba en el panfleto. De la misma forma en que tenemos que mirar al rostro de Foucauld para entender su "secreto" -tan ricamente definido por D'Ors como "el poder de la mansedumbre"- para sentir la fuerza del homenaje de anoche hay que recurrir a la dimensión física del acto.

No solo se nos fueron lavado los pies, sino también se los lavamos a otros. Nos agachamos y nos humillamos. No solo fueron esas acciones la esencia de la vida de Foucauld, explicó D'Ors, sino que constituyen el quid de la fe cristiana, la de Él que "se despojó de sí mismo, tomando forma de siervo", como dice Filipenses. Bajarse en la vida, no subir. No buscar la fama ni dejarse agobiar por la lucha incesante del mundo por el éxito, porque -como nos enseñó Jesús- "la verdad está abajo".

Padre mío, me abandono a Ti. Por muy bella que sea, ni incluso la oración de Foucauld -que, pese a que el beato ni tuvo ni un solo seguidor en vida, la rezan más de 10.000 de sus hijos espirituales hoy en día- le hace justicia a su legado. Quizás éste se dejó entrever solo a la salida del templo al frío de la noche invernal, a esa tierra tan extraña, pero, aún así, misteriosamente reconfortante. De noche, iremos de noche, que para encontrar la Fuente, solo la sed nos alumbra. Como suele pesar, solo la palabra poética -en este caso, la del canto que cantamos al principio- nos puede aproximar a la verdad de lo que vivimos.

Carlos de Foucauld y el Espíritu de Asís, Raíz de Europa

Artículo publicado el día 2 de Diciembre de 2016 por Agustín Ortega en www.periodistadigital.com.               

Estamos celebrando el aniversario del Beato Carlos de Foucauld, uno de los testimonios espirituales y de la iglesia más significativos de nuestra época. Como se ha dicho, hay claras semejanzas entre Foucauld y Francisco de Asís, que recoge lo más valioso de la fe, de la santidad y tradición de la iglesia. Efectivamente, ambos europeos, la primera etapa de su existencia llevaron una vida más superficial y egolátrica, centradas en sus ambiciones e intereses individuales. Tras lo cual, experimentaron un proceso de conversión a Jesús en una espiritualidad de encarnación en la pobreza fraterna y solidaria con los pobres de la tierra; frente a los ídolos del poder y de la riqueza-ser rico. Como manifestaba Foucauld, “no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico: yo no puedo”.

Una vida de fe mística en comunión con Dios en Cristo, con la iglesia y con los otros, con los pobres, excluidos y últimos de este mundo. Esta espiritualidad de encarnación, desde el último lugar en la pobreza solidaria y liberadora, como se revela en Jesús de Nazaret, asume la realidad y el mundo. Con sus alegrías e injusticias, sus gozos, trabajos, sufrimientos u opresiones. En el espesor u hondura de la realidad e historia, se realiza una vida espiritual profunda y madura que integra e inter-relaciona: la fe y la misión, la mística y el servicio, la contemplación y la lucha por la justicia; la oración y el compromiso liberador con los pobres, la celebración de la liturgia con sus sacramentos, como la eucaristía, y una vida honrada. Con una moral que promueve el desarrollo humano e integral.

Ante las autoridades y poderosos de la tierra, Foucauld denuncia constantemente la injusticia, tal como es la esclavitud. Como él mismo afirma, "hace falta querer la justicia y odiar la iniquidad, y cuando se comete una gran injusticia contra alguien, tenemos responsabilidad, hace falta decirlo…No tenemos derecho a ser centinelas dormidos o perros mudos o pastores indiferentes”. En Foucauld, como en Francisco de Asís, no hay dualismos espiritualistas o esquizofrenias entre la mística y la vida, la fe y la cultura o razón, la oración y la militancia por la justicia frente al mal e injusticia. El proceso de conversión en el seguimiento de Jesús, con una vida espiritual madura e intensa, se va realizando en la misión del Evangelio que se hace servicio de la fe, de la solidaridad y de la justicia con los pobres. Con un diálogo profundo con los otros, con las otras culturas, naciones o etnias y religiones que acoge todo lo bueno, bello y verdadero de esta alteridad. Y que, al mismo tiempo, va promoviendo la liberación integral de todo mal, pecado e injusticia.

La vida de humildad, entrega y pobreza encarnada en la solidaridad fraterna con los pobres, lleva a Foucauld a este diálogo de la fe con la cultura empleando las mediaciones de la razón e inteligencia. Frente a todo fundamentalismo y sectarismo, fanatismo e integrismo, es una espiritualidad y ética efectiva e inteligente que promueve la cultura, el estudio e investigación. En un conocimiento, compresión y transformación de la realidad, que es imprescindible en la misión evangelizadora. Es la misión de la inteligencia de la fe que transmite el Evangelio de la no violencia, de la paz y de la justicia con los pobres. Para testimoniar así el bien, la bondad y la misericordia, la verdad y la belleza del Dios que se revela en Jesús de Nazaret.

Todo un testimonio de inculturación de la fe que encarna el Evangelio en la realidad. Una mística de los ojos abiertos, asumiendo toda la realidad de los otros, la realidad social e histórica, para promover la salvación liberadora e integral de todo lo que deshumaniza u oprime. Como se observa, esta mística y espiritualidad que expresa todo este humanismo solidario e integral, es y debe ser la raíz de Europa. Frente a la Europa de los mercaderes, del capital y del mercado convertidos en falsos dioses con sus ídolos del poder y de la riqueza-ser rico. La Europa de las armas, guerras y violencias, de la destrucción cultural, social y ecológica, con sus vallas y fronteras excluyentes, que no respeta la vida, dignidad y derechos de las personas.

Por tanto, Carlos de Focauld en el espíritu de Asís, que es la más auténtica raíz de Europa como son sus santos, nos ofrecen toda una alternativa espiritual, cultural, moral y social. Desde la fraternidad y moral universal (católica) de la fe, que se hace pobreza solidaria en la paz y justicia con los pobres de la tierra. Con la acogida y cuidado de los otros, de los pueblos, culturas y de esa casa común como es el planeta (la naturaleza y hábitat ecológico). En un dialogo (encuentro) inter-religioso e inter-cultural que lleva al desarrollo y ecología integral, espiritual, humana, social y ambiental. Una espiritualidad y trascendencia de la existencia, hacia los otros y los pobres, hacia el cosmos y Dios que, en Cristo, es comunión con todo el universo.