Carlos de Foucauld fue pionero en el diálogo desde el respeto, la comprensión, la tolerancia y la misericordia.
CARTA DEL HERMANO J. L. NAVA (YOUSSEF)
Publicado en https://horebfoucauld.wordpress.com
En pleno siglo XXI –la era de Internet-, parece increíble que aún pervivan tribus. La civilización actual está olvidando y devorando el concepto de pertenencia a tal o cual tribu. Ahora las tribus son, todo lo más, “urbanas”. La Humanidad se ha forjado sobre el hecho tribal. Sería largo –e innecesario en este momento- escribir sobre la antropología tribal; pero me sirve esta brevísima introducción para contar una experiencia única, extraordinaria y de suma importancia en mi trayectoria vital de compromiso con la comprensión de otras realidades culturales, básico para emprender cualquier diálogo interreligioso.
En realidad no hago nada nuevo, pues nuestro admirado Carlos de Foucauld fue pionero en el diálogo desde el respeto, la comprensión, la tolerancia y la misericordia. No podría ser de otra forma. Él se forjó en la convivencia con las tribus tuaregs –aún hoy existentes- y fue capaz de establecer un nivel de comunicación envidiable para aquellos tiempos que le tocó vivir. Yo soy un simple seguidor suyo, estimulado por su ejemplo y por la admiración de su obra, ejemplo para cualquier cristiano o musulmán.
Así, con este espíritu, arropado por amigos que son en realidad hermanos en el mismo camino, inicié hace unos cuantos años la convivencia con tribus saharauis del sur de Marruecos. Poco a poco fui empapándome de su idiosincrasia, su cultura, su estilo de vida beduina, a pesar de que la modernidad ha calado también en ellos y se han perdido algunos elementos identificadores. Aprendí la verdadera convivencia, la solidaridad sin medias tintas y tantas cosas que sería largo de contar en una simple carta. Me puse en sus manos y ellos me abrieron sus corazones. Surgió la amistad profunda, el recorrido por el camino del Amor, el empeño en hacer cosas juntos. Sí, es cierto, yo con mis limitaciones y mi carga existencial sobre los hombros; sin embargo esto no tenía importancia, como más tarde descubrí. El beduino saharaui sólo tiene en cuenta el presente, ofrece su amistad, su hospitalidad, sus bienes. Con ellos no eres forastero sino un miembro más de la familia, del clan, de la tribu. Y así, casi sin darme cuenta, me encontré integrado, socializado en un entorno que nunca jamás había imaginado. Llegué al Sahara con muchas ideas –ya lo dije en otro escrito- y acabé por abandonarlas todas para abrirme al mundo nuevo que se me ofrecía. En él he sufrido y he experimentado emociones únicas e indescriptibles. He sufrido, puesto que vivir plenamente en una dimensión humana diferente implica arrancar de cuajo muchos prejuicios y conceptos arraigados en lo más profundo de nuestro ser y cultura y, por qué no, religión. Extirpar esas raíces supone quemarte, abrasarte en un fuego que no se consume y parece que nunca llega el final; pero un día cualquiera te das cuenta de que has dejado de ser tú y pasas a ser el otro, los otros. Has dejado atrás el ego o, por lo menos, ya no te arrastra. Entonces me observé y dije: Quedan pocas cosas de mí yo anterior. He sufrido una transformación. También me lo decían familiares y los amigos que crecieron conmigo en tierras de Castilla. Este proceso, largo y tortuoso al principio, se fue consolidando. Un buen día se me ofreció la posibilidad de ser adoptado por la tribu, por los hombres y mujeres de la tierra en la que estaba viviendo. Lo pensé. Tenía reparo, vergüenza, incluso miedo. Era algo inaudito, casi imposible, pues hacía muchos años que no sucedía algo parecido. Así, sin más protocolo, hablé en público lo justo, delante de hombres de fe, hice mi testimonio de compromiso, de hermandad y entrega, pasé a ser hijo adoptado y miembro de pleno derecho de una tribu que ya es mi tribu, mi familia, mi gente. Ahora tengo cientos de hermanos, de primos, de allegados unidos por los lazos tribales.
Puedo decir que soy saharaui de la tribu Ulad Delim (fracción Massida) porque ellos lo han querido así. No es un título, ni un reconocimiento. Es un regalo que me han hecho, una identidad que me ha situado en esta tierra fascinante. Esto acarrea una gran responsabilidad y obligaciones; pero también un estado mental que nunca había experimentado y que aún no puedo expresar del todo. Ahora entiendo qué significa ser miembro de una tribu, pertenecer a una cultura única formada en las duras tierras del desierto del Sahara. Soy un hijo del “Trab el Bidán”, la “tierra de los blancos”, la cultura vehiculada por el idioma hassaniyya, derivado del árabe; pero más que todo eso, soy un hermano que sigue el camino de Carlos de Foucauld con decisión y viviendo abandonado en la Divina Providencia, en comunión con todos mis hermanos y hermanas de la Comunidad Horeb, haciendo de este rincón del Sahara mi Nazaret particular. Soy un hombre libre y dentro de esa libertad, estoy “atado” y entregado a la labor de divulgar lo mucho que nos une a cristianos y musulmanes.
Ahora inicio una nueva etapa, doy gracias a Dios por ello y pido la intercesión de los santos, del beato Foucauld, de Santa María Virgen (Maryam, venerada en el Islam) y vuestras oraciones.
Desde el desierto del Sahara, ciudad de El Aaiún, os envío un abrazo fraterno.
Vuestro hermano y servidor, YOUSSEF
Vuestro hermano y servidor, YOUSSEF