Carlos de Foucauld, un Padre del Desierto

Artículo publicado en https://www.religiondigital.org/cafedialogo el día 1 de diciembre de 2.019 por José Luis Vázquez Borau.                     

“Tan pronto como creí en Dios, no quería vivir más que para Él».
 
«Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos o increyentes, a que me consideren su hermano universal".
 
Vivir Nazaret significa: «humildad, pobreza, trabajo, obediencia, caridad, recogimiento y contemplación»



En una pequeña biografía hecha por el historiador y gran conocedor de Foucauld, Jean François Six, este estructura su libro en estos veintitres capítulos, a saber: Un rebelde; Un niño perdido; Un exiliado; Un soldado; Un explorador; Un solitario; Un converso (Primera conversión); Un peregrino; Un monje; Un ermitaño; Un sacerdote; Un defensor de los derechos humanos; Un itinerante; Un tuareg; Un converso (Segunda conversión); Un fundador; Un místico; Un apóstol; Un hombre de Espíritu; Un francés; Un pobre; Un desbrozador; y, finalmente, Un faro. Nosotros ahora vamos a añadir un nuevo elemento que engloba a todo el conjunto de los elementos citados: Un hombre de desierto. Y por elevación: Un padre del desierto de nuestros días. (J. F. SIX, Carlos de Foucauld, Monte Carmelo, Burgos 2008. Nosotros seguimos aquí, a grandes rasgos, el itinerario de este libro).


1. El desierto de su infancia y juventud

Huérfano de padre y madre a los seis años. A los doce años, a consecuencia de la derrota francesa, en la guerra franco prusiana (1870) junto con su abuelo tiene que exiliarse a Nancy. A los catorce años obtiene el bachillerato y a los diez y siete entra en el segundo curso de preparación en la escuela “Sainte Geneviève” de Versalles, para prepararse para la carrera militar en Saint-Cyr En marzo de 1876, seis meses después de su entrada, el joven Carlos de Foucauld es expulsado: no hace nada; es un rebelde, un auténtico egoísta, que genera discordia a su alrededor, tiene ataques de cólera y rechaza su fe de niño y toda creencia: Esto es lo que el propio Foucauld dirá a su amigo Henry de Castries el 14 de agosto de 1901: «Los filósofos están todos en desacuerdo: doce años permanecí sin negar ni creer nada, desesperando de la verdad y sin creer siquiera en Dios, pues ninguna prueba me parecía bastante evidente». Regresa a Nancy a casa de su abuelo, el coronel Morlet; herido en su amor propio, y prepara solo el examen de entrada, obteniendo el número 82 sobre 412. Ya en la escuela de caballería de Saumur, se abandona, se enoja, engorda y no trabaja. Termina Saumur en octubre de 1879, con veintiún años quedando el 87 sobre 87 alumnos. Al obtener la mayoría de edad, puede recibir su herencia: Lo envían a una guarnición en el este. Y para los permisos alquila una habitación en París, en la calle La Boétie, donde organiza suntuosas fiestas; lleva un gran tren de vida: tiene una criada, un coche, un caballo; es un gourmet que invita a sus camaradas a su casa para degustar sutilezas; su dinero está siempre disponible para ellos. Y a los veintidós años, pone en su vida una mujer mundana y ligera, Mimi.

Su regimiento es llamado a servir en Argelia a finales de 1888. Mimi le sigue; desembarca en Argel con el nombre de “Vizcondesa Carlos de Foucauld”. Él está tranquilo, se exhibe con ella. Las mujeres de los oficiales se quejan ante el Estado Mayor. El ejército quiere poner fin a este escándalo: consejos, amonestaciones y al final le ordenan renunciar a esta situación. Foucauld rechaza que se metan en sus asuntos, se irrita, no quiere someterse, deja el ejército. Se le pone en la reserva “por doble indisciplina de conducta notoria”. Se embarca en marzo de 1881 hacia Marsella con Mimi; la pareja se instala en Évrian, ciudad de aguas sobre el lago de Ginebra, con baños y casino.


2. El despertar de su desierto interior

Una mañana de junio en la estación termal, abre el periódico, y ve un titular: “Insurrección en el Sur Oranés” y lee: “El 4º regimiento de cazadores está inmerso en pleno combate”; su sangre se paraliza: es su regimiento, sus camaradas. Lo deja todo en Evian, va a París, obtiene una audiencia en el Ministerio de la Guerra, quiere ir como simple soldado; le devuelven su grado; vuelve con los suyos; va al combate. Allí, según el testimonio del oficial Laperrine, se muestra como “un soldado y un jefe, soportando con gallardía las pruebas más duras”.

Después de la expedición al Sud-Oranés, Laperrine y su escuadrón parten hacia Senegal. Foucauld se quiere unir a estos; pero se lo prohíben; se queda acuartelado en Mascara, cerca de Marruecos; se enfada; sueña con la aventura, con la exploración. Foucauld se pone a estudiar el árabe, indispensable para cualquier proyecto en oriente; vive como un árabe, sentado en el suelo, con chilaba, impregnándose del país.Pide una baja temporal en el ejército y le dicen que no. Dimite. En su carta de dimisión hay la siguiente nota:”Este oficial no desea servir más que en caso de guerra. Va a realizar un gran viaje por Oriente”.


3. La profunda serenidad del desierto

Decide ir a Marruecos aún inexplorado. Elige los mejores medios para lograrlo: en primer lugar un disfraz para hacerse pasar por uno de estos judíos despreciados del Magreb. Después toma lecciones de hebreo y realiza un curso en la Sociedad geográfica de Argel, con quien establece una especie de contrato. Le exigen que le acompañe un guía seguro: Mardoqueo, un rabino marroquí que vive en Argelia. Su trabajo Reconocimiento en Marruecos, que obtuvo la medalla de oro de la Sociedad de Geografía de París y que podría servir para preparar una invasión a ese país, hace que lo comprenda plenamente. Describe admirablemente los paisajes, los dibuja de una manera depurada. La belleza del introduce hacia el sagrado. Al llegar una tarde a un pueblecito cerca del Sahara, a la puesta del sol, le estalla una “profunda calma”. Es lo que comparte con su amigo Henry de Castries el 8 de julio de 1901: «El Islam me produjo una impresión profunda. El ver la fe, de aquellas almas, que vivían en la presencia continua de Dios, me hizo entrever algo más grande y más verdadera que las ocupaciones mundanas .


4. El desierto de Dios

Alquila un apartamento en el número 50 de la calle Miromesnil en París; su tía Moitessier y su prima María viven cerca. Es un hombre sin Dios que vive sobriamente, con un alto tono moral de virtud pagana. Buscar las bases de su vida sin Dios, “en los libros de los filósofos paganos”, pero éstos lo decepcionan. Buscar entonces por el lado de las religiones. Y piensa que si su prima María, a quien admira, «es tan inteligente, la religión en la que ella cree tan profundamente no será una locura como pienso. Quizás esta religión no es tan absurda»(Écrits Spirituels, de Girod, París 1923, 79) Así, al igual que para su exploración había recibido lecciones de árabe, ahora «busca un sacerdote instruido para que le dé lecciones sobre religión católica», le dice en una carta a su amigo Henry de Castries el 14 de agosto de 1901. por recomendación de su prima va a la iglesia de San Agustín, muy próxima, donde el padre Huvelin es vicario, para quedar de acuerdo con él para tener conversaciones científicas. En la misma carta dice: «Lo encontré en su confesionario y le dije que no venía a confesarme, porque no tenía fe, pero que deseaba tener alguna explicación sobre la religión católica». De repente se encuentra ante una persona tremendamente acogedora, lleno de ternura, que la escucha y que simplemente le propone confesarse para ir a comulgar seguidamente.Foucauld dirá más tarde: “Tan pronto como creí en Dios, no quería vivir más que para Él».


5. La paciencia del desierto

El padre Huvelin, ahora su director espiritual, le hace peregrinar en el país de Jesús durante tres meses (noviembre 1888-febrero 1889). Nazaret, que entonces era un pueblo bastante sucio y lleno de barro en invierno, imagina a Jesús, a quien quiere imitar, “caminando por las calles”. Está decidido, él que antes quería ser famoso, ahora quiere “la humildad” como Jesús. Foucauld con treinta y dos años llega a la Trapa de Notre Dame des Neiges en el momento más duro de de invierno. Vida de monje muy reglada; ayunos, silencio, soledad, comunidad. No tiene dificultad para adaptarse; se le da el nombre de hermano María-Alberic.


6. La pobreza del desierto

Cinco meses más tarde se embarca en Marsella para la prelatura Akbés. Vuelve a Asia, bajo el imperio Otomano, en este Oriente que ama, no muy lejos de Tierra santa y de Nazaret. A pesar de vivir en la Trapa más pobre del orden no está satisfecho. Escribe al padre Huvelin: «Cree que tengo suficiente pobreza? No, somos pobres para los ricos, pero no pobres como lo fue nuestro Señor; no pobres como lo fui a Marruecos»(Lettres à l’Abbé Huvelin, 30 de octubre de 1890). Sueña con pequeñas comunidades reproduciendo la vida de Nazaret.

Deja la Trapa y vuelve a Palestina instalándose en Nazaret. Se convierte en sirviente de un convento de religiosas, habita en una pequeña cabaña hecha con planchas, donde se guardan los utensilios del jardín; hace las compras en el pueblo de Nazaret; trabaja la tierra y hace de albañil. Hombre para todo el servicio de las Clarisas.

Se dice que Nazaret no es sólo un lugar, sino «que es también un tiempo, el gran tiempo del silencio. En ningún otro lugar adquieren tanto peso y tanta fuerza la duración de las emociones silenciosas; donde destaca la figura de José, el padre adoptivo de Jesús, que es «el patriarca del silencio». Vivir Nazaret quisiera: «humildad, pobreza, trabajo, obediencia, caridad, recogimiento y contemplación» (A. CORBIN, Historia del silencio, Fragmenta Editorial, Barcelona 2019, 85-86). En este tiempo de Nazaret 1897-1901 es cuando realiza la mayor parte de sus Ecritos Epirituales.


7. La entrega en el desierto

Celebra la misa por primera vez en Beni Abbès el 29 de octubre de 1901, quince años después de su conversión. Se instala entre el pueblo árabe y la guarnición; le ayudan a construir un habitáculo: es muy simple; tiene una capilla destinada al Corazón con los brazos abiertos. A este lugar se le llama la “Khaoua”, la “fraternidad”; y él no es el padre Foucauld, sino el hermano Carlos. En una carta a su prima le dice: «Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos o increyentes, a que me consideren su hermano universal. Mi vida transcurre entre la oración; después recibir visitas (que lleva mucho tiempo), algunos oficiales, muchos soldados, muchos árabes, muchos pobres a quienes les doy cebada y dátiles en la medida de mis posibilidades“(Carta a la Sra. Bondy, el 7 de enero de 1902).

Descubre que hay poblaciones más abandonadas: los tuaregs. Escribe en su carnet de notas el 11 de agosto de 1905: “Tamanrasset, pueblo de veinte fuegos en plena montaña. Corazón del Hoggar y del Dag Rali, su principal tribu. He elegido este lugar abandonado y me instalo en él. Quiero seguir como único modelo de vida a Jesús de Nazaret».

Construyó en la montaña del Hoggar una pequeña casita a 2.600 m de altitud, sobre una plataforma de quinientos metros de diámetro, el Asekrem. Este es un cruce central de caminos de este macizo montañoso, es un punto de encuentro; donde los nómadas acampan allí en verano, lugar de paso de las caravanas. En esta ermita Foucauld trabaja en los estudios de la lengua tuareg. Este sitio favorece que tenga numerosas y largas visitas.


8. La conversión del desierto


El 2 de enero de 1908 Foucauld cae profundamente enfermo. Su fin parece cercano. Los Tuaregs el curan. En medio de una terrible sequía, llegan a encontrar cabras que tengan un poco de leche para alimentarlo. El salvan aquellos que la recibieron.

La guerra extiende sus tentáculos a través del mismo Sahara; los saqueadores hacen incursiones en el Hoggar, aprovechando que han retirado los soldados de la región para enviarlos al frente, y por otro lado, de la Tripolitania vienen grupos armados senusitas, aliados con Turquía, que pasan la frontera y amenazan a Tamanrasset. Foucauld que les ha dado su vida, quiere, como una madre, protegerlos. Prepara un fortín con provisiones. El 23 de junio de 1916, escribe a su prima: «me he instalado en un recinto fortificado, alrededor de un pozo, que pueda servir de refugio a la población en caso de ataque. Pienso viendo mis almenas, en los conventos fortificados del siglo X». Un mes antes de su muerte, le dice de nuevo a su prima que es” un lugar de refugio defendible “. Está dispuesto a defender a su gente hasta el final.


9. Los frutos del desierto

Las repercusiones de la primera guerra mundial llegan al Hoggar. La violencia y la inseguridad dominan estas regiones. Durante la mañana de el 1º de diciembre de 1916 escribe a su prima: “Nuestro empequeñecimiento es el hecho más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas“. Al atardecer del mismo día, durante una operación de los rebeldes senusitas, se deja coger sin resistir y lo matan al ver llegar a dos soldados franceses que llevaban el correo. Una muerte anónima y cobarde en tiempo de guerra, como tantos hombres y mujeres la vivieron en el siglo XX. Pero como una semilla, ha dado mucho fruto, ya que el desierto es el lugar donde se intuyen las grandes cosas.


10.Hay que pasar por el desierto


“Hay que pasar por el desierto y permanecer allí para recibir la gracia de Dios: es el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión, san Pablo antes de salir de Damasco fue a pasar tres años en Arabia, san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. es un período por el que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto, es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de toda la creación, en medio de la cual Dios establece en el alma su reino, y forma en ella el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. […] y es en la soledad, en esta soledad tan sólo con Dios, en un recogimiento profundo del alma que olvida toda la creación para vivir sólo en unión con Dios, donde Dios se da entero al que se da todo entero a Él» (Carta escrita desde Nazaret al padre Jeronimo el 19 de mayo de 1898)