Carlos de Foucauld, un Padre del Desierto

Artículo publicado en https://www.religiondigital.org/cafedialogo el día 1 de diciembre de 2.019 por José Luis Vázquez Borau.                     

“Tan pronto como creí en Dios, no quería vivir más que para Él».
 
«Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos o increyentes, a que me consideren su hermano universal".
 
Vivir Nazaret significa: «humildad, pobreza, trabajo, obediencia, caridad, recogimiento y contemplación»



En una pequeña biografía hecha por el historiador y gran conocedor de Foucauld, Jean François Six, este estructura su libro en estos veintitres capítulos, a saber: Un rebelde; Un niño perdido; Un exiliado; Un soldado; Un explorador; Un solitario; Un converso (Primera conversión); Un peregrino; Un monje; Un ermitaño; Un sacerdote; Un defensor de los derechos humanos; Un itinerante; Un tuareg; Un converso (Segunda conversión); Un fundador; Un místico; Un apóstol; Un hombre de Espíritu; Un francés; Un pobre; Un desbrozador; y, finalmente, Un faro. Nosotros ahora vamos a añadir un nuevo elemento que engloba a todo el conjunto de los elementos citados: Un hombre de desierto. Y por elevación: Un padre del desierto de nuestros días. (J. F. SIX, Carlos de Foucauld, Monte Carmelo, Burgos 2008. Nosotros seguimos aquí, a grandes rasgos, el itinerario de este libro).


1. El desierto de su infancia y juventud

Huérfano de padre y madre a los seis años. A los doce años, a consecuencia de la derrota francesa, en la guerra franco prusiana (1870) junto con su abuelo tiene que exiliarse a Nancy. A los catorce años obtiene el bachillerato y a los diez y siete entra en el segundo curso de preparación en la escuela “Sainte Geneviève” de Versalles, para prepararse para la carrera militar en Saint-Cyr En marzo de 1876, seis meses después de su entrada, el joven Carlos de Foucauld es expulsado: no hace nada; es un rebelde, un auténtico egoísta, que genera discordia a su alrededor, tiene ataques de cólera y rechaza su fe de niño y toda creencia: Esto es lo que el propio Foucauld dirá a su amigo Henry de Castries el 14 de agosto de 1901: «Los filósofos están todos en desacuerdo: doce años permanecí sin negar ni creer nada, desesperando de la verdad y sin creer siquiera en Dios, pues ninguna prueba me parecía bastante evidente». Regresa a Nancy a casa de su abuelo, el coronel Morlet; herido en su amor propio, y prepara solo el examen de entrada, obteniendo el número 82 sobre 412. Ya en la escuela de caballería de Saumur, se abandona, se enoja, engorda y no trabaja. Termina Saumur en octubre de 1879, con veintiún años quedando el 87 sobre 87 alumnos. Al obtener la mayoría de edad, puede recibir su herencia: Lo envían a una guarnición en el este. Y para los permisos alquila una habitación en París, en la calle La Boétie, donde organiza suntuosas fiestas; lleva un gran tren de vida: tiene una criada, un coche, un caballo; es un gourmet que invita a sus camaradas a su casa para degustar sutilezas; su dinero está siempre disponible para ellos. Y a los veintidós años, pone en su vida una mujer mundana y ligera, Mimi.

Su regimiento es llamado a servir en Argelia a finales de 1888. Mimi le sigue; desembarca en Argel con el nombre de “Vizcondesa Carlos de Foucauld”. Él está tranquilo, se exhibe con ella. Las mujeres de los oficiales se quejan ante el Estado Mayor. El ejército quiere poner fin a este escándalo: consejos, amonestaciones y al final le ordenan renunciar a esta situación. Foucauld rechaza que se metan en sus asuntos, se irrita, no quiere someterse, deja el ejército. Se le pone en la reserva “por doble indisciplina de conducta notoria”. Se embarca en marzo de 1881 hacia Marsella con Mimi; la pareja se instala en Évrian, ciudad de aguas sobre el lago de Ginebra, con baños y casino.


2. El despertar de su desierto interior

Una mañana de junio en la estación termal, abre el periódico, y ve un titular: “Insurrección en el Sur Oranés” y lee: “El 4º regimiento de cazadores está inmerso en pleno combate”; su sangre se paraliza: es su regimiento, sus camaradas. Lo deja todo en Evian, va a París, obtiene una audiencia en el Ministerio de la Guerra, quiere ir como simple soldado; le devuelven su grado; vuelve con los suyos; va al combate. Allí, según el testimonio del oficial Laperrine, se muestra como “un soldado y un jefe, soportando con gallardía las pruebas más duras”.

Después de la expedición al Sud-Oranés, Laperrine y su escuadrón parten hacia Senegal. Foucauld se quiere unir a estos; pero se lo prohíben; se queda acuartelado en Mascara, cerca de Marruecos; se enfada; sueña con la aventura, con la exploración. Foucauld se pone a estudiar el árabe, indispensable para cualquier proyecto en oriente; vive como un árabe, sentado en el suelo, con chilaba, impregnándose del país.Pide una baja temporal en el ejército y le dicen que no. Dimite. En su carta de dimisión hay la siguiente nota:”Este oficial no desea servir más que en caso de guerra. Va a realizar un gran viaje por Oriente”.


3. La profunda serenidad del desierto

Decide ir a Marruecos aún inexplorado. Elige los mejores medios para lograrlo: en primer lugar un disfraz para hacerse pasar por uno de estos judíos despreciados del Magreb. Después toma lecciones de hebreo y realiza un curso en la Sociedad geográfica de Argel, con quien establece una especie de contrato. Le exigen que le acompañe un guía seguro: Mardoqueo, un rabino marroquí que vive en Argelia. Su trabajo Reconocimiento en Marruecos, que obtuvo la medalla de oro de la Sociedad de Geografía de París y que podría servir para preparar una invasión a ese país, hace que lo comprenda plenamente. Describe admirablemente los paisajes, los dibuja de una manera depurada. La belleza del introduce hacia el sagrado. Al llegar una tarde a un pueblecito cerca del Sahara, a la puesta del sol, le estalla una “profunda calma”. Es lo que comparte con su amigo Henry de Castries el 8 de julio de 1901: «El Islam me produjo una impresión profunda. El ver la fe, de aquellas almas, que vivían en la presencia continua de Dios, me hizo entrever algo más grande y más verdadera que las ocupaciones mundanas .


4. El desierto de Dios

Alquila un apartamento en el número 50 de la calle Miromesnil en París; su tía Moitessier y su prima María viven cerca. Es un hombre sin Dios que vive sobriamente, con un alto tono moral de virtud pagana. Buscar las bases de su vida sin Dios, “en los libros de los filósofos paganos”, pero éstos lo decepcionan. Buscar entonces por el lado de las religiones. Y piensa que si su prima María, a quien admira, «es tan inteligente, la religión en la que ella cree tan profundamente no será una locura como pienso. Quizás esta religión no es tan absurda»(Écrits Spirituels, de Girod, París 1923, 79) Así, al igual que para su exploración había recibido lecciones de árabe, ahora «busca un sacerdote instruido para que le dé lecciones sobre religión católica», le dice en una carta a su amigo Henry de Castries el 14 de agosto de 1901. por recomendación de su prima va a la iglesia de San Agustín, muy próxima, donde el padre Huvelin es vicario, para quedar de acuerdo con él para tener conversaciones científicas. En la misma carta dice: «Lo encontré en su confesionario y le dije que no venía a confesarme, porque no tenía fe, pero que deseaba tener alguna explicación sobre la religión católica». De repente se encuentra ante una persona tremendamente acogedora, lleno de ternura, que la escucha y que simplemente le propone confesarse para ir a comulgar seguidamente.Foucauld dirá más tarde: “Tan pronto como creí en Dios, no quería vivir más que para Él».


5. La paciencia del desierto

El padre Huvelin, ahora su director espiritual, le hace peregrinar en el país de Jesús durante tres meses (noviembre 1888-febrero 1889). Nazaret, que entonces era un pueblo bastante sucio y lleno de barro en invierno, imagina a Jesús, a quien quiere imitar, “caminando por las calles”. Está decidido, él que antes quería ser famoso, ahora quiere “la humildad” como Jesús. Foucauld con treinta y dos años llega a la Trapa de Notre Dame des Neiges en el momento más duro de de invierno. Vida de monje muy reglada; ayunos, silencio, soledad, comunidad. No tiene dificultad para adaptarse; se le da el nombre de hermano María-Alberic.


6. La pobreza del desierto

Cinco meses más tarde se embarca en Marsella para la prelatura Akbés. Vuelve a Asia, bajo el imperio Otomano, en este Oriente que ama, no muy lejos de Tierra santa y de Nazaret. A pesar de vivir en la Trapa más pobre del orden no está satisfecho. Escribe al padre Huvelin: «Cree que tengo suficiente pobreza? No, somos pobres para los ricos, pero no pobres como lo fue nuestro Señor; no pobres como lo fui a Marruecos»(Lettres à l’Abbé Huvelin, 30 de octubre de 1890). Sueña con pequeñas comunidades reproduciendo la vida de Nazaret.

Deja la Trapa y vuelve a Palestina instalándose en Nazaret. Se convierte en sirviente de un convento de religiosas, habita en una pequeña cabaña hecha con planchas, donde se guardan los utensilios del jardín; hace las compras en el pueblo de Nazaret; trabaja la tierra y hace de albañil. Hombre para todo el servicio de las Clarisas.

Se dice que Nazaret no es sólo un lugar, sino «que es también un tiempo, el gran tiempo del silencio. En ningún otro lugar adquieren tanto peso y tanta fuerza la duración de las emociones silenciosas; donde destaca la figura de José, el padre adoptivo de Jesús, que es «el patriarca del silencio». Vivir Nazaret quisiera: «humildad, pobreza, trabajo, obediencia, caridad, recogimiento y contemplación» (A. CORBIN, Historia del silencio, Fragmenta Editorial, Barcelona 2019, 85-86). En este tiempo de Nazaret 1897-1901 es cuando realiza la mayor parte de sus Ecritos Epirituales.


7. La entrega en el desierto

Celebra la misa por primera vez en Beni Abbès el 29 de octubre de 1901, quince años después de su conversión. Se instala entre el pueblo árabe y la guarnición; le ayudan a construir un habitáculo: es muy simple; tiene una capilla destinada al Corazón con los brazos abiertos. A este lugar se le llama la “Khaoua”, la “fraternidad”; y él no es el padre Foucauld, sino el hermano Carlos. En una carta a su prima le dice: «Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos o increyentes, a que me consideren su hermano universal. Mi vida transcurre entre la oración; después recibir visitas (que lleva mucho tiempo), algunos oficiales, muchos soldados, muchos árabes, muchos pobres a quienes les doy cebada y dátiles en la medida de mis posibilidades“(Carta a la Sra. Bondy, el 7 de enero de 1902).

Descubre que hay poblaciones más abandonadas: los tuaregs. Escribe en su carnet de notas el 11 de agosto de 1905: “Tamanrasset, pueblo de veinte fuegos en plena montaña. Corazón del Hoggar y del Dag Rali, su principal tribu. He elegido este lugar abandonado y me instalo en él. Quiero seguir como único modelo de vida a Jesús de Nazaret».

Construyó en la montaña del Hoggar una pequeña casita a 2.600 m de altitud, sobre una plataforma de quinientos metros de diámetro, el Asekrem. Este es un cruce central de caminos de este macizo montañoso, es un punto de encuentro; donde los nómadas acampan allí en verano, lugar de paso de las caravanas. En esta ermita Foucauld trabaja en los estudios de la lengua tuareg. Este sitio favorece que tenga numerosas y largas visitas.


8. La conversión del desierto


El 2 de enero de 1908 Foucauld cae profundamente enfermo. Su fin parece cercano. Los Tuaregs el curan. En medio de una terrible sequía, llegan a encontrar cabras que tengan un poco de leche para alimentarlo. El salvan aquellos que la recibieron.

La guerra extiende sus tentáculos a través del mismo Sahara; los saqueadores hacen incursiones en el Hoggar, aprovechando que han retirado los soldados de la región para enviarlos al frente, y por otro lado, de la Tripolitania vienen grupos armados senusitas, aliados con Turquía, que pasan la frontera y amenazan a Tamanrasset. Foucauld que les ha dado su vida, quiere, como una madre, protegerlos. Prepara un fortín con provisiones. El 23 de junio de 1916, escribe a su prima: «me he instalado en un recinto fortificado, alrededor de un pozo, que pueda servir de refugio a la población en caso de ataque. Pienso viendo mis almenas, en los conventos fortificados del siglo X». Un mes antes de su muerte, le dice de nuevo a su prima que es” un lugar de refugio defendible “. Está dispuesto a defender a su gente hasta el final.


9. Los frutos del desierto

Las repercusiones de la primera guerra mundial llegan al Hoggar. La violencia y la inseguridad dominan estas regiones. Durante la mañana de el 1º de diciembre de 1916 escribe a su prima: “Nuestro empequeñecimiento es el hecho más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas“. Al atardecer del mismo día, durante una operación de los rebeldes senusitas, se deja coger sin resistir y lo matan al ver llegar a dos soldados franceses que llevaban el correo. Una muerte anónima y cobarde en tiempo de guerra, como tantos hombres y mujeres la vivieron en el siglo XX. Pero como una semilla, ha dado mucho fruto, ya que el desierto es el lugar donde se intuyen las grandes cosas.


10.Hay que pasar por el desierto


“Hay que pasar por el desierto y permanecer allí para recibir la gracia de Dios: es el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión, san Pablo antes de salir de Damasco fue a pasar tres años en Arabia, san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. es un período por el que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto, es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de toda la creación, en medio de la cual Dios establece en el alma su reino, y forma en ella el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. […] y es en la soledad, en esta soledad tan sólo con Dios, en un recogimiento profundo del alma que olvida toda la creación para vivir sólo en unión con Dios, donde Dios se da entero al que se da todo entero a Él» (Carta escrita desde Nazaret al padre Jeronimo el 19 de mayo de 1898)

1 de Diciembre en Córdoba (Argentina)

Tras los pasos del hermano Carlos de Foucauld y nuestro santo Brochero.                                                                                 

La imagen puede contener: Familia Carlos de Foucauld, texto

Invitación a la Primera Bienal de Charles de Foucauld en Cahuila (México)

Jueves 28 de Noviembre de 16 a 20 horas en la Universidad Autónoma                                                                                

Charles de Foucauld: encontrar a Dios en el desierto (libro)



Libro de José Luis Vázquez Borau editado por la Editorial Digital Reasons.                                                                                     
Hemos titulado este libro Charles de Foucauld, Encontrar a Dios en desierto con la intención de mostrar que el proceso del encuentro con el Señor Jesús y con los hermanos implica un camino y una conversión. La palabra «camino» en el Evangelio de Lucas, que incluye su Evangelio y los Hechos de los apóstoles, la emplea el autor como medio que le permite situar adecuadamente la obra de Jesús, el puesto de la Iglesia y la tarea que está llamada a realizar. «El concepto, tanto en el Antiguo Testamento y judaísmo como en el Nuevo Testamento, tiene sentido ético, pero en Lucas adquiere además sentido soteriológico, pues es el camino de la salvación (He 16,17), el camino del Señor (He 18,25), el camino de Dios (He 18,26)». Así, pues, la palabra «camino» sugiere movimiento entre dos puntos mutuamente relacionados, uno como punto de partida y otro como punto de llegada. Y la palabra «conversión», en el lenguaje bíblico, expresa la idea de un cambio radical de dirección. San Pablo recuerda que los dos elementos fundamentales de la conversión son el regreso a Dios y el cambio del modo de vida: «Les he predicado que se arrepientan y se conviertan a Dios observando una conducta de arrepentimiento sincera».

2019/11/26: Presentación del libro "Encontrar a Dios en el Desierto"

El libro de José Luis Vázquez Borau se presentará en Barcelona el próximo 26 de noviembre.                                                         


El sueño de Carlos de Foucauld: una casa que se llama Fraternidad


Entrega a la basílica de San Bartolomé en Roma de una de sus herramientas de trabajo.                                                            

La Basílica de San Bartolomé de Roma, santuario de los Nuevos Mártires, ha recibido un objeto de trabajo que perteneció al beato hermano Carlos de Jesús: la paleta con la que construyó su última casa en Tamanrasset, en el Sáhara, con el emblema del corazón y la cruz, Jesús Caridad, símbolo de las comunidades que surgieron tras su muerte.

Es un regalo de gran valor que entregó la responsable de la casa de las Hermanitas de Tre Fontane, la hermanita Luigina, y que fue colocado en el altar de los mártires de África. La oración estuvo presidida por el padre Angelo Romano, párroco de la basílica, y contó con la presencia del padre Gabriele Faraghini, rector del Seminario Romano Mayor, de Bernard Ardura, postulador de la causa de canonización (el hermano Carlos fue beatificado el 13 de noviembre de 2.005), de una amplia representación de la Comunidad de las Hermanitas de Jesús, de Andrea Riccardi y Marco Impagliazzo, fundador y presidente respectivamente de Sant’Egidio.

Más información:
https://www.santegidio.org/pageID/30284/langID/es/itemID/33120/El-sue%C3%B1o-de-Charles-de-Foucauld-entre-los-pobres-del-desierto-argelino-una-casa-que-se-llama-Fraternidad-Entrega-a-San-Bartolom%C3%A9-de-una-de-sus-herramientas-de-trabajo.html

En Marruecos: otro discípulo de Carlos de Foucauld

Artículo publicado en la Revista de la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld de noviembre de 2.019.                                    


Hermano Charles-André Poissonnier, 
el hombre de las manos de la luz
Laurent Touchagues
 
Aquí hay otro hombre de Dios que dedicó su vida a Marruecos, bajo la inspiración de San Francisco y Charles de Foucauld.

André Poissonnier nació en 1897 en Roubaix en una gran familia cristiana. Es el sexto de ocho hijos, incluido un sacerdote. En 1915, durante su retiro de la graduación, se enteró del Padre de Foucauld, quien inspiró toda su vida cristiana. A los 22 años, en 1919, se fue para unirse a uno de sus hermanos en Marruecos, en una granja. Aprende bereber y árabe. No hay sacerdote, ni doctor, ni escuela dentro de cincuenta o cien kilómetros. Para asistir a la misa de Navidad en Rabat, viaja cincuenta kilómetros a caballo y treinta en un vagón de carga abierto.
 
En 1921, André Poissonnier regresó a Francia con motivo de la muerte de su padre. Nueva jubilación: su vocación marroquí es clara. Y será la vocación religiosa. Lee la vida de Charles de Foucauld, de René Bazin, que acaba de ser publicada. Es amor a primera vista: "Sabes la profunda impresión que me ha dejado esta lectura, la meditación de la vida de Jesús en su humildad, su pobreza, su miseria. Me dije a mí mismo que si hubiera vivido y fundado una Orden, me habría dirigido a él". André sueña con el sacerdocio. Entra así el 8 de diciembre de 1923 en los franciscanos, en el noviciado de Amiens y luego en el escolasticado de Mons (Bélgica), tomando el nombre del hermano Charles-André en su toma del hábito franciscano (la elección del primer nombre de Charles se realiza en referencia a Charles de Foucauld). Ordenado sacerdote el 5 de agosto de 1928, se embarcó en Marsella un año después, el 5 de octubre de 1929, para Marruecos. Primero es enviado a Marrakech, para dar vida a la parroquia de la Medina. Pero el padre Charles-André quiere encontrar un ministerio en el centro bereber.

Tazert llama su atención por su zoco. Las obras de instalación comienzan el 2 de julio de 1929, fiesta de la Visitación, misterio (muy mimado por Charles de Foucauld) al que el Padre quería consagrar su fundación. En 1931, la capilla es bendecida y se inaugura el dispensario. Desde ese momento hasta febrero de 1938, el Padre Charles-André llevará una vida ermitaña dividida entre la oración y el servicio de sus hermanos bereberes, recibiendo a los enfermos en el dispensario, definiéndose a sí mismo como "el ermitaño del pésimo", pero su amabilidad fastidiosa apodado "el hombre con las manos de la luz ".
 
Sigue hacia los musulmanes las intuiciones de San Francisco, y actitud evangélica que también es la de Charles de Foucauld. Se vincula con el padre Albert Peyriguère, con quien comparte el mismo amor por Marruecos y la pobreza, y la misma tarea en el dispensario. Él escribe: "Tengo la impresión de que en mí Cristo se ha convertido en marroquí y le gusta orar por sus hermanos marroquíes". Después de Marrakech y Tazert, también vivirá en las altas montañas de Abadou.
 
El padre Poissonnier distribuye pan a veces a 3.000 personas en un día, luego los trata en las colinas vecinas, a su hogar distante, enterrando a los muertos, víctimas de la hambruna o la epidemia de tifus, sin tratar de evitar el proximidad de los nativos. Y los días están llegando a su fin como han comenzado: ante nuestro Señor, quien " contempló tan de cerca toda la escena, desconocida para esta multitud, para esas miles de personas que se han acercado tanto a él sin saberlo; nunca cesó de rezar a su Padre por su salvación "(Carta del 11 de enero de 1938).
 
El hermano Charles-André muere de tifus en Marrakech el 18 de febrero de 1938, a la edad de 40 años: "dar la vida por amor a Jesús considerado a través de los hermanos es el hechizo más deseable"
 
Durante veintidós años había tenido un solo deseo, una inspiración. Lo tenía de Charles de Foucauld.

Su amigo franciscano Abel Fauc, con la Madre Verónica, fundó un pequeño monasterio de monjas de la Resurrección, originalmente de Aubazine en Corrèze, que se estableció en la ermita de Tazzert y se dedica a la Visitación.

2019/11/18: VII Jornadas de Desierto On-line

El tema de este año será: "Espiritualidad evangélica con Carlos de Foucauld".                                                                              

Convocatoria de las VII Jornadas de Desierto On-line

Se celebrarán del 18 al 24 de Noviembre, con el tema "Espiritualidad evangélica con Carlos de Foucauld".                                 

Un sacerdote ermitaño entrega su vida siendo "buen samaritano" de musulmanes

Artículo publicado en https://www.portaluz.org el día 26 de Julio de 2.019.                                                                      



"Cristo no se encuentra fuera de usted. Se encuentra en usted: es más de lo que usted misma es. Él vive en usted, sufre en usted, de modo que no deja un instante de pertenecerle…" (Albert Peyriguère)


 
Nació Albert Peyriguère como hijo de una familia obrera en Trébons, a escasos 15 kilómetros de Lourdes. Desde muy joven, inspirado por el carisma de Charles de Foucauld, sería un hombre sin mujer, sin hijos, que abrazaría a los pobres de un credo distinto al suyo, como si fuesen su propia familia. Todo ello por amor a Cristo.

Un signo de cuanto tocó el alma de esos prójimos musulmanes, queda plasmado en el momento de su funeral, cuando un joven bereber honrando al “morabito” (hombre santo), el ermitaño discípulo de Foucauld, se levanta y lee un poema que reza así:

“El morabito no tenía familia ni hijos, todos los pobres eran su familia, todos los hombres sus amigos. A los hambrientos dio de comer, a los desnudos regaló sus ropas. Él cuidó a los enfermos, él defendió a los sometidos injustamente. Él llevó consigo a los que no tenían casa. Todos los hombres eran su familia, todos los hombres eran sus amigos. Dios le muestre misericordia”

Caminando por el desierto
 
En efecto, desde que fuese ordenado sacerdote en Bordeaux con apenas 23 años, Albert (ver en imagen adjunta de la época) sin aún conocer a Charles de Foucauld comenzó a identificarse con su carisma: fundir en su vida la dimension contemplativa y la activa; al igual que se unen el madero vertical y el horizontal para formar la cruz.
 
Pero antes de poder llegar a su destino eremita en el desierto, tierra de musulmanes, fue obediente al obispo asumiendo la dirección del Seminario Menor de Bordeaux. Cuando estalló la primera guerra mundial pidió servir como enfermero, siendo baleado varias veces al arriesgar su vida por salvar a los heridos y cayendo finalmente preso de los alemanes. Condecorado al término de la guerra por su heroísmo, pidió ser enviado al norte de África a recuperar la salud, aunque su anhelo era predicar a Cristo entre los musulmanes y otros pueblos que no conocían al Hijo de Dios.

Estando en Túnez llegó a las manos de Albert una biografía de Charles de Foucauld y entonces comprendió a cabalidad su misión radicándose como eremita en un territorio de bereberes semi-nómades de la cadena montañosa Atlas Medio, cercano al pueblo El Kbab (cerca de Khenifra).

Se insertó allí por 30 años compartiendo el tiempo entre la vida contemplativa desde su eremita y luego levantando un centro de salud para servir a las familias musulmanas de ese territorio que vivían en la extrema pobreza; como también enfrentándose al colonialismo francés que explotaba esas gentes. Así les mostraba el rostro paterno de su Dios y aprovechaba de hablarles de las enseñanzas del Hijo de Dios, Jesús.

Adorador de Cristo Eucaristía
 
En todo buscaba Albert que brillase Cristo y así lo confidencia en cartas que escribe a una religiosa: “Cristo no se encuentra fuera de usted. Se encuentra en usted: es más de lo que usted misma es. Él vive en usted, sufre en usted, de modo que no deja un instante de pertenecerle… No puede llegar ya a diferenciar a Cristo de usted. No siente ya vivir en sí, desea sólo sentir a Cristo que vive en usted”.

Tras el paso de los años, externamente su rostro llegó a parecer el de un bereber. Pero el corazón de Albert permanecía inquieto durante el día a la espera del momento que mas anhelaba su alma… cuando estando solo en su eremita, doblando las rodillas ante el misterio, pasaba horas en Adoración Eucarística nocturna. Allí, arropado por el Espíritu Santo, le parecía que Cristo mismo oraba en su alma a Dios Padre.

El sacerdote eremita Albert Peyriguère falleció el 26 de abril de 1.959

En su edición impresa en italiano del 27 de julio de 2.019, L’Osservatore Romano concluye una breve crónica sobre Albert señalando que “sus restos, del jardín de la humilde residencia de El Kbab, fueron trasladados el 21 de julio de 2.010 a Midelt, a 1500 metros de altitud, en la abadía de Notre-Dame de l'Atlas, donde los cistercienses trapenses continúan la experiencia del monasterio argelino de Thibirine, el de los monjes mártires, sacrificados en 1.996”.

Canto a Carlos de Foucauld por Bonifacio Cantarero


Un canto humilde al legado de nuestro hermano universal Carlos de Foucauld con todo el respeto y admiración que se merece este gran beato.



Video: Es el Amor, como en Nazaret


 «Mi apostolado debe ser el de la bondad. Que al verme, digan: "Si este hombre es bueno... su religión debe ser buena"». Carlos de Foucauld, 1.909.
 

La oración en Carlos de Foucauld

Carlos de Foucauld aprendió la oración contemplativa desde un profundo e intenso estudio de los evangelios.                                 

Carlos de Foucauld aprendió la oración contemplativa desde un profundo e intenso estudio de los evangelios; él pasó tiempo con Jesús en su Palabra; maravillado y admirado, y luego imitaría acabadamente las prácticas de Jesús que encontró allí.
 
En el silencio del desierto, el Hermano Carlos a menudo pasaba 5 horas cada día en silencio, meditando ante el Santísimo Sacramento. En otras ocasiones, realizaba prolongados y solitarios retiros en el desierto del Sahara.
 
Estas experiencias de trato amante con el Señor, los guardaba en cuadernos en los que registraba sus prácticas de oración y contemplación. Desde allí nos lega su “magisterio”:
 
- " Aprendamos de Jesús", escribió el Hermanito. Y a renglón seguido nos enseña precisamente “el método” de ese aprendizaje: 'vigilar' e 'imitar', 'venir y ver'".
“Mirar, vigilar e imitarlo claramente”.
Jesús mismo le y nos sugirió este método tan simple para lograr la unión con Él y como camino de perfección para sus apóstoles. Las primeras palabras que les dijo en las orillas del Jordán a Andrés y Juan cuándo se le acercaron fueron estas y no otras: Vengan y vean.
"Ven": es decir, sígueme, ven conmigo, sigue mis pasos; imítame, quédate conmigo, contémplame.
  
- “Toda la perfección se encuentra en la presencia de Dios y en la imitación de Jesús”.
Es perfectamente obvio que cualquiera que haga lo que Jesús hizo es perfecto. Así que debemos dedicarnos de todo corazón a imitarlo (una tarea más dulce que la miel para el corazón amoroso, como una necesidad urgente para el alma amorosa, una necesidad que se vuelve más apremiante a medida que el amor se vuelve más ardiente) y observarlo a él, el Esposo buscador (Una tarea no menos dulce ni indispensable para amar).
  
Desde esa búsqueda apasionada de imitar al Bienamado hermano y Señor nos describe los deseos de su corazón rudo y enamorado:
" Quien ama, se pierde y entierra en contemplación de la persona amada". [Escritos Espirituales, pág. 152]
“Cuando uno ama, anhela estar siempre en conversación con Aquel a quien ama, o al menos estar siempre a su vista. La oración no es otra cosa. Esto es lo que la oración es: relaciones íntimas con el Amado. Lo miras, le dices de tu amor, eres feliz a sus pies, le dices que vivirás y morirás allí”. [Charles de Foucauld, Orbis books, pág. 92]
 
Mientras buscaba en las Escrituras pistas sobre la experiencia de oración de Jesús, y descubrió varias maneras que tenía el Sr. de dirigirse al Padre y sugirió que deberíamos imitar su ejemplo.
 
Jesús a menudo oraba contemplando; en silenciosa adoración durante toda la noche:
Es decir que la "contemplación, tranquila y silenciosa adoración, lo que la transforma a la más elocuente de las oraciones; tibi silentium laus [Silencio que alaba]. Esta clase de silenciosa adoración es la que más confirma una declaración de amor apasionado; así como el amor, expresado en admiración asombrosa, es el amor más ardiente ".
  
En segundo lugar, Jesús a menudo expresaba acción de gracias y regocijo:

 "Primero por la gloria divina, por el hecho de que Dios es Dios, luego acción de gracias por las gracias otorgadas al mundo y a todas las cosas creadas".   
En tercer lugar, Jesús ora pidiendo perdón:
 "Perdón por todos los pecados cometidos contra Dios, perdón por quienes no lo piden, y no expresan contrición y dolor por ver a Dios ofendido".
Finalmente, Jesús a menudo hacía peticiones para personas individuales y por todo el mundo.

Perlas en el desierto

Evangelizar hoy con el latido de Carlos de Foucauld (Para una espiritualidad foucauldiana).                                                  
Autor: Antonio García Rubio  

  
ISBN: 9788428832816
 
Fecha publicación: 01/06/2.018
 
Encuadernación: Rústica
 
Núm. páginas: 288
 
Editorial: PPC

Antonio García Rubio (Guadalix de la Sierra, 1.951) es sacerdote de la diócesis de Madrid. Ha sido párroco en Bustarviejo, Valdemanco, Miraflores de la Sierra, en la Sierra pobre de Madrid, en el barrio de Tetuán de la capital y en Colmenar Viejo. Actualmente ejerce pastoralmente en la Cañada Real Galiana de Madrid. Ha puesto en marcha residencias de ancianos en varios de esos pueblos y ha abierto albergues para los "sin techo". Miembro del Consejo Presbiteral de Madrid. En leer, escribir, orar, gustar del silencio monástico, pasear por la montaña, conversar y relacionarse con otras personas, gasta sus horas libres.
  
Este libro ofrece unas reflexiones pastorales para este momento de la vida de la Iglesia. Reflexiones que inciden en este aspecto necesario y prioritario: no habrá evangelización posible si no hay evangelizadores a la altura de lo que pide hoy la historia. Estos pensamientos son producto del encuentro con el beato Carlos de Foucauld. Humildemente –dice el autor–, con este hombre del desierto, raro y extraño como pocos cristianos, se pueden iniciar caminos nuevos de evangelización y de espiritualidad en este siglo XXI , llamado a ser místico o a no ser.
  
Escuchemos, pues, al eremita del desierto y sus preciosas perlas con las que poner en marcha lo que los monjes llaman la «obra de Dios». Tarea compleja, pero no imposible.
  
Índice: 
  • Presentación
  • Semblanza del hermano Carlos de Jesús
  • Introducción. Los pasos previos para el evangelizador
  • Primera perla: laicos bautizados bañados en fuego
Adentrarse en las aguas
Solo los bautizados adultos serán capaces de afrontar la evangelización del tiempo presente
Síntesis de la primera perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Segunda perla: la conversión agranda el temple del aventurero
Fraguar y conformar un hombre de fe
Rodillas clavadas en el barro
Vividores convencidos y danzantes
Síntesis de la segunda perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Tercera perla: el pájaro solitario se enamora del pueblo de Dios
La herida del ego
La determinación del pájaro
Pasar la prueba del silencio y sus tentaciones
El canto del Evangelio llega hasta la raíz
Síntesis de la tercera perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Cuarta perla: el abrazo reciclado
Desgastar el tacto en amores
Nutrirse de aquellos otros abrazos
Una aventura frágil
Reciclar abrazos
Abrazos en las periferias
La perla fina
El primer y el último abrazo
Síntesis de la cuarta perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Quinta perla: la locura que sana locuras
Crear ambiente
El encuentro con la locura
La locura callada
La gran locura
Síntesis de la quinta perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Sexta perla: el fracaso que levanta fracasados
El cosechador de fracasos
Interpretar el fracaso con san Agustín
Aprender a fracasar junto a los fracasados
Síntesis de la sexta perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Séptima perla: el silencio que deshiela la mente
Purificar y reparar nuestras personas
Fundamentarse en el silencio
El silencio que anonada
Síntesis de la séptima perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Octava perla: la soledad vacía, puerta al infinito
La soledad que vacía o emociona
Calmar la sed de amor
Fecundar la historia desde la soledad
Síntesis de la octava perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Novena perla: anonadarse en la diversidad poliédrica
Sentirse bien tratado
Acercamiento comprensivo al otro
¿Evangelizar a un dios menor?
Síntesis de la novena perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Décima perla: encarnarse en los últimos crea pequeños
El último puesto
Atravesar la vida en última clase
El amor al ídolo
La resonancia divina
La Iglesia junto a los humildes
Síntesis de la décima perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Undécima perla: la cruz destila vida no contaminada
Perplejos
El don pasa por la cruz
La cruz vierte sangre inocente
Ganarse la credibilidad social
Síntesis de la undécima perla descubierta en el desierto de Foucauld
  • Duodécima perla: la sinfonía de la naturaleza y de las culturas
La pasión por el otro y su cultura
El cuidado de la Tierra
La fe se transmite de tú a tú
Sinfonía de naturaleza y culturas
Síntesis de la duodécima perla descubierta en el desierto de Foucauld

Escondido en Nazaret

Charles de Foucauld llegó a la ciudad de Jesús para imitar su vida escondida y pobre. Allí descubrió un modelo para conjugar la acción y la contemplación.


Artículo publicado el 4 de enero de 2.019 en Alfa y Omega por Antonio R. Rubio Plo.
Charles de Foucauld, el hombre que escogió la soledad del Sáhara para estar más cerca de Dios y de los tuaregs, había renunciado a toda ambición de poder terreno. No le faltaron antes prestigio e influencia en los círculos diplomáticos y militares franceses, y sus orígenes sociales le hubieran ayudado para forjarse una carrera eclesiástica. Su renuncia venía del convencimiento de que la humildad es inseparable de la fe, pues ser creyente es incompatible con el orgullo y el deseo de la estima de los hombres. De ahí su afirmación de que para creer es necesario humillarse. Con todo, no se limitó a seguir los pasos de otros cristianos, en los que primaba la meditación y el estudio.
Estos aspectos no faltaron en la existencia de Foucauld, aunque habrían resultado incompletos sin el amor a Dios y al prójimo, sin la armonía entre la vida activa y la contemplativa. Sobre este particular, escribió: «Cuánto más se ama, mejor se reza».
Foucauld descubrió en la vida escondida de Jesús en Nazaret un modelo para conjugar la acción y la contemplación. Uno de los episodios más trascendentales de su biografía es su estancia en la ciudad de Jesús entre 1897 y 1900. Se trata de un período en el que aún no era sacerdote y muy probablemente hubiera deseado permanecer allí el resto de su vida. Contemplar similares cielos y paisajes a los que acompañaron a Jesús niño, adolescente y joven podía considerarse una especie de paraíso particular. Luego estaba su jornada diaria, donde compatibilizaba el trabajo manual al servicio de una comunidad de clarisas con las prácticas de piedad: Misa, rosario, liturgia de las horas… Tampoco faltaban en esta agenda largos períodos de meditación personal para ahondar en los evangelios y anotar cuidadosamente todas las mociones que llegaban a su espíritu. No es exagerado afirmar que Nazaret podía haber sido el Tabor de Charles de Foucauld, e incluso pasó por su cabeza en aquella época construir una cabaña en otro monte de Galilea, el de las bienaventuranzas, para dedicarse a la contemplación. 19 siglos atrás Pedro ya había querido hacer tres cabañas en el Tabor. Se estaba tan bien allí, con Jesús, Moisés y Elías, que el apóstol se olvidó de sí mismo. Una voz le devolvió a su realidad: «Este es mi Hijo el amado: escuchadle» (Mc 9, 7).
Esta invitación a seguir la voluntad de Jesús también la escuchó Foucauld, de un modo más sosegado y paulatino, en su cabaña de madera junto al convento de las clarisas de Nazaret. Había llegado allí para imitar la vida escondida y pobre de Jesús, para trabajar por el día y orar largamente durante la noche. Vive momentos de una intensa paz, en los que exclama: «Dios mío, todo se calla, todo duerme, estoy aquí a tus pies». La oración de la noche se nutre de la lectura de los evangelios. Pasajes breves, o como mucho medio capítulo, a modo de gotas de agua que van cavando la roca de su entendimiento. Las gotas son las palabras y los ejemplos de Jesús que deben impregnar toda vida cristiana.
Las anotaciones de Foucauld abarcan los cuatro evangelios, pero el que algunas enseñanzas de Jesús solamente aparezcan en algún evangelio en concreto, también le sugiere algo. Un ejemplo, el de esta cita, repetida a menudo en sus escritos: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 41). Aquí hay todo un programa de vida que llevará a Charles de Foucauld a dejar su particular Tabor, aunque no lo hará para caer en el activismo de las obras que dejan poco tiempo para la espiritualidad. Tendrá siempre muy claro que a Dios se le glorifica verdaderamente no porque lo que se hace sino por lo que se es.
Quien ha leído con frecuencia a grandes autores espirituales que comentan el Evangelio, como san Juan de la Cruz, aprende que la auténtica sabiduría reside en el amor. Foucauld pretende «ser el amigo de todos, buenos y malos, el hermano universal». No precisará de vibrantes y eruditas predicaciones, aunque sea capaz de hacerlas. Su forma de anunciar el Evangelio, al que ha abierto su entendimiento en el silencio de la noche, será, sobre todo, la amistad y la cercanía con las personas.
La vida de Foucauld es un luminoso ejemplo de que la caridad consiste, más que en dar, en compartir: sufrimientos, desgracias, esperanzas, alegrías… Los años de contemplación en Nazaret marcarán para el ermitaño del Sáhara una escuela del aprendizaje de saber vivir con otras personas. ¿A qué aspira Foucauld en su soledad de Nazaret? A ser alguien que conoce, ama, imita y sirve más y mejor a Jesús. Medita con frecuencia el Evangelio de Mateo, y allí encontrará una de las directrices con la que guiará su vida: «Buscad el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 33). Quien practica esto, no tiene por qué inquietarse acerca de si es preferible la vida activa o la contemplativa. Escribe en un comentario a este pasaje: «Busquemos solo a Dios, su bien, su gloria, su servicio; y nuestro bien y el del prójimo se nos dará por añadidura».